Hacia la luz

Y para ver hay que elevar el cuerpo

La vida entera entrando en la mirada

Hacia esta luz tan misteriosa y tan sencilla

Hacia esta palabra verdadera.

Claudio Rodríguez. 

Qué difícil es escribir cuando nada nuevo ha cambiado en el horizonte. Cuando lo oscuro sigue siendo oscuro y la poca gracia de las cosas sigue haciéndonos reír tan poco.

Siempre me ha interesado más la vida de la gente sencilla que las grandes efemérides de la historia; me importa más esa chica distraída que viaja en Metro que los aniversarios de siglos; ese músico callejero del Este que las vueltas al mundo a vela; me renueva más la risa de la gente común que los años jacobeos; o me alienta más el sentir y el esfuerzo del personal que las Olimpiadas de los mismos de siempre (y va la tercera).

Y, sin embargo, aun con este manifiesto desinterés, con tristeza miro hacia atrás y pienso que, últimamente, he dedicado demasiado tiempo a gente que no debería captar mi atención. Veo que también me he metido en demasiadas diatribas que no me llevan a ninguna parte, porque yo siempre seré esa pasión del problema que discuto, y nunca tendré la posibilidad de solucionarlo según mis principios y mis utopías.

También me he dado cuenta en estos últimos días de que cuando nos ponemos serios y listos, todo se vuelve muy prosaico. Y se nos va el brillo de la piel y de los ojos, y se nos pone un rictus pedante y necio que no hay crema de veneno de serpientes, baba de caracol, fibra de desayuno o guarrería similar que nos apañe la sonrisa.

Otros días, el cuerpo me pide azúcar, de la refinada, y entro en cualquier tienda de barrio y me inflo a chuches. Lo mismo pasa con mi mente. últimamente me siento tan fatigada de pensar las mismas cosas irresolubles, tan cansada de oír las mismas voces hueras, que añoro la voz de Omaíta, diciéndome “Antonia (Udaberri), no les eches cuenta, no les eches cuenta”.

Y es que sin darme cuenta, he dejado que mi mundo se encogiera al ritmo y proporción del PIB; he dejado que la niebla de la crisis agrisara mis sentidos y que el ancho de mi horizonte tuviera la misma cobertura que los medios de comunicación. 

Sumergida en esta marea,  a contratiempo, he consentido solidariamente que me recortaron lo terrenal, sin advertir que a la vez me estaban robando la alegría. Tristeza por el pasado, por el presente y por el futuro. Hoy hace frío y siento que así no se sobrevive a los naufragios.

Esta entrada empecé a escribirla el miércoles de madrugada, pero a media mañana de ese día, mi querida amiga PMV me escribió para decirme que se echaba al mundo de nuevo. Y a mí se me alegró de repente la hora y el día entero, la semana. Porque cuando mi amiga PMV abre la frontera, cuando mis amigos viajan —a falta de que mis ojos puedan contemplar aquellos horizontes—, el mundo se me hace más grande y la realidad de España se vuelve a hacer muy, muy  pequeña.

Esta vez se va a Suecia a cumplir el sueño de ver la Aurora Boreal.  Aunque eso es lo que menos importa. Ella no es rica, no creáis, pero es todo un ejemplo de vivir. Me recuerda mucho a Martín. Su currículum universitario y profesional dejaría boquiabierto a la gran mayoría. Habla varios idiomas de verdad y es capaz en todos ellos de describir la esencia de las cosas como pocos saben hacerlo. Probablemente cuando regrese, tendrá que volver a currar de camarera en Ibiza, donde ya es una histórica. Un sueldo mileurista  más propinas. Cualquiera lo desestimaríamos, incluso ella a ratos, que ya ha cumplido los 40 y las bandejas pesan, pero sabe bien que ese es el precio de su libertad viajera.

Qué difícil es escribir cuando nada nuevo ha cambiado en el horizonte, pero qué fácil es hacerlo cuando te rodeas de gente infractora que abre las ventanas y te aventa los días si estos se enrocan; qué sencillo es escribir cuando encuentras en el camino a viajeros que te ensanchan el mundo, la luz y las palabras, más allá de Bruselas, del Consejo de Ministros del viernes, de la EPA, de los editoriales de prensa, de los bancos, de los necios contiguos* o del resto de moralla.

Feliz semana, feliz fin de semana,

Salud, alegría y a cuidarse,

*Intentemos no imitarlos. 

Necios contiguos ( en Manual de infractores, Caballero Bonald)

Abstemios y locuaces viven juntos

en la casa de la infelicidad.

 Alli recibe con asiduo encono

a gentes ambidextras, adiestradas

en los arduos oficios

de la majadería, ya en los siempre viscosos

reductos de los bienpensanates.

                            A chorros

vociferan, declaman

abominan del rango de infractores, gustan

del sonsonete atroz de las tertulias,

consisten en ser lo que son:

el eco triste de otros tristes ecos.

Escrito está en los márgenes

de libros y botella:

los necios se asesoran de otros necios contiguos.