miércoles, 24 de agosto de 2011

¡Qué suerte tiene la gente que huele bien!

Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja,
 que un rico entre en el Reino de los Cielos
Mateo, 19:24.

A tres días de la marcha de Benedicto XVI, Madrid parece de nuevo recuperar su aspecto de poblachón manchego y cortesano a un tiempo. Aunque a decir verdad, tal vez sea en este tipo de celebraciones multitudinarias cuando Madrid muestra su cara más noble y sincera.  Yo, como Antonio López, también pienso que Madrid es «antibella», «antiartística», que es «anti». Y con la visita del Papa, no podía ser infiel a sus principios. Madrid de nuevo ha vuelto a ser «anti». Y yo, como Antonio López, también creo que es ahí precisamente donde reside la parte más cálida de esta ciudad.

Concluido el fenómeno “Pilgrim”, ahora ya solo hacen fotos o se asombran los turistas, muchos de ellos peregrinos días antes. Pero hoy ya no visten las camisetas amarillas, ni llevan la mochila característica de su fe, hoy pasean discretamente por estas calles, de nuevo grises y sucias.

Cada día me parezco más a esta ciudad «anti».  Por eso hoy me gustaría pasear por Rosales y ver en las caras de muchos de esos chicos del JMJ2011 —que después paraban en Rosales a tomarse la penúltima—, el mismo espíritu que se gastaban con el Santo Padre, cuando esta noche aparquen el descapotable. Y me gustaría que miraran con esa alegría jubilar a los desheredados y excluidos que viven en los bancos del parque del Oeste o que hacen su viacrucis por los contenedores de los supermercados de la zona.

Sé bien que en dos millones de personas hay de todo. Sé bien y de primera mano que mucha gente ha estado dos años trabajando en sus países de origen para poder pagarse el pasaje y la inscripción de las jornadas. Y les admiro por ello. Admiro su fe y su apasionamiento. Donde pongo mi vida…

Pero hoy quiero servirme de mi refugio para mostrar el desagrado que me ha producido ese permanente regodeo de las doñitas y los doñitos, de los hijos e hijas de las doñitas y doñitos de este país ante la visita del Papa. Porque, hasta donde me alcanza la inteligencia, eso no era la pasión de la fe en Cristo que llevaban los otros en el corazón, los de verdad. ¡No! Eso era más bien un “aquí estoy yo por derecho”, porque el Papa ha venido a verme a mí, y no al contrario.

¿Que cómo puedo afirmar esto? Pues porque lo he visto en primera fila. Como siempre hago.

Quien me conoce bien sabe dónde buscarme en mi soledad, pero también sabe que siempre me podrán encontrar donde haya un gran acontecimiento que reúna a mucha gente. Me gusta llenarme de energía. Lo disfruto, me asombro y me reconforto con la sensación de que la vida son esos momentos de felicidad barata. De gente feliz. Ya sean en Sol, en los alrededores del Bernabeu en una final de Champions o en los derbis del Madrid y del Barça (ya me gustaría entrar al campo, pero, la plata, ¡la plata!, esa palabra), en el Calderón, en la vuelta ciclista a España en la Bola del mundo o en la Castellana, en el día del orgullo Gay, en la carrera de la mujer, o tantos otros días… (excepto el Día del trabajo, servidumbres ni una, eh!!!).

Cada uno tiene su fe y sus santos,  y yo lo respeto profundamente.

Así que, pa’llá que me voy siempre que puedo a observar a la gente feliz. Naaaaaada me gusta más. Y eso mismo he hecho con estas jornadas mundiales. Vaya por delante que no me estoy justificando. Las únicas etiquetas éticas y estéticas que, en verdad, me pueden coser a la espalda son las de la republicana como los grandes poetas, acatólica como Ortega,  sentimental como el Bradomín de Valle y anti como Madrid.

Por eso, de nuevo reclamo mi condición de «anti» en el simple pensamiento de que hay que ver qué suerte tiene la gente que huele bien.

Primero reciben la visita del Papa. Insito en la apreciación, el Papa ha venido a verlos a ellos. Después, están que lo flipan con sus camisetas verdes de voluntario, o sus remeras amarillas. Todo amarillo. Amarillo Vaticano —tal es el alarde, que el otro día pasé por un concesionario de Renault y me pensé que era una iglesia—. O con sus gorritos que han patrocinado. O con el acopio de sus indulgencias plenarias. 

Y es que hay gente que en cuanto puede se coloca el uniforme y la indulgencia. Ojo, que también van de uniforme los perroflautas —término que uso sin acritud: la palabra les califica en condición estética. No entiendo bien por qué se ofende??? 


Pero esas camisetas verdes y amarillas, esas banderas tan españolas y tan vaticanas. Esos personajes tan acomodados en sus tribunas, en sus reclinatorios o en sus palacios recibiendo la bendición papal, cómo chirrían.


Valga el ejemplo de esas infantas tropezonas  haciendo entrega de su dibujito al enviado de Dios (a lo mejor lo coloca en alguna pared de Castelgandolfo con cuatro chinchetas corporativas. Perdón, quise decir amarillas). O los amiguitos Botín y Rato, que igual reciben al Papa que al presidente de China. A juzgar por el júbilo de todos ellos, deben andar convencidos de que es fácil que los camellos pasen por el ojo de una aguja.

En fin que hasta aquí todo iría bien si yo no fuese «anti». Pero lo soy. Soy anti, como mi ciudad. Tal vez por eso, aunque ellos crean lo contrario, ¡qué mal huele siempre esa gente que siempre huele bien en este Madrid del Papa y bajo una ola de calor de 40 grados.


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Fotografías 1 y 2 (los souvenirs de la JMJ) publicadas en La estrella digital. Disponibles en http://www.financierodigital.es/espana/souvenirs-JMJ-buscado-Madrid_0_1013299052.html
Fotografías 3 y 4 (Cuatro Vientos congrega a los señores de las finanzas) publicadas en La Nueva España. Disponibles en http://www.lne.es/multimedia/imagenes.jsp?pRef=2011082200_46_1119079__Sociedad-Cuatro-Vientos-congrega-finanzas

1 comentario:

  1. Parece que la iglesia ha demostrado una gran capacidad para atender a los peregrinos, dicen que eran millón y medio o dos millones. A todos les han buscado donde dormir, comida, baños. Bien, les aplaudo su organización. Ahora propongo que los peregrinos se quiten las camisetas y se las den a la gente que duerme en la calle y que la iglesia siga el consejo del Papa, se acerquen a los pobres y les atiendan, como si fueran peregrinos, y que les den lo mismo: cama, comida y ducha. Total solo son unos miles. Fácil ¿no?

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