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Decía ayer que llegué en el inicio de la primavera, y no había hecho más que empezar el verano cuando el glorioso director general de la oenegé firmó mi despido. ¿Por qué? Porque hacía preguntas.
Yo me preguntaba cómo era posible que el director general se excusase en las visitas a los hospitales, especialmente a un grandísimo complejo hospitalario de Madrid. Él respondía sin rubor: «La oficina de la oenegé está junto al tanatorio y me da grima», mientras el resto le defendía con el argumento de que al director General no le gustaban esas cosas (¡caramba!, ¡que estamos hablando del director general!, el mismo que se lo pasaba estupendamente en los viajes a las delegaciones provinciales o en las comidas con las señoras presidentas).
También me preguntaba cómo era posible que después de muchos años al frente de la organización, su nombre apenas generase entradas en google o nunca representase a la oenegé en los actos sociales, mercadillos, carreras populares, etc., etc. Entonces me contestaban que a él no le gustaba aparentar, ni figurar (aunque bien que lo hacía encorsetado en su traje a medida, con el pelo engominado hacia atrás, el rostro permanente bronceado y la sonrisa del éxito dos palmos por encima del resto de los pringaos de a pie, los que nunca podrían soñar con conducir su flamante deportivo Mercedes SLK, aparcado siempre en el vado de la entrada).
Lo que más gracia me hacía era cuando el personal hablaba sobre la falta de rumbo de la organización desde su llegada, ausencia de objetivos de la que yo acusaba directamente al director general, pero el personal le justificaba diciendo que al director general no le gustaba tomar decisiones (sorprendente, ¿verdad?). Eso sí, yo debía de inspirarle mucho, pues, de hecho, la única decisión que debió de tomar en mucho tiempo fue quitarme de en medio tan pronto pudo (en cuanto les acabé la revista y la memoria anual).
Otras veces me preguntaba cómo era posible que el director general, no contento con ser manifiestamente vago e incapaz, pues nadie sabía bien a qué se dedicaba (a excepción de las largas reuniones de horas y horas y horas con la agencia de comunicación (que luego le ponía a “parir”, motivo por el que no cito el nombre de la agencia)), se hubiera traído consigo a su pandilla de amigos con el silencio cómplice del resto de la organización; amigos a los que había colocado a antojo en los puestos directivos de la institución, aunque con cargos vacíos de contenido. Tampoco nadie sabía bien en qué destinaban su horas. Entonces me contestaban, por ejemplo, que era necesaria la figura del auditor interno para tener el certificado de buenas prácticas. (Y de nuevo volvía a preguntarme si no bastaban con los informes del auditor externo para este mismo certificado).
Y me preguntaba cómo era posible que el director general hubiera regalado “graciosamente” la dirección del área de marketing y comunicación a uno de sus amigos, hasta la incorporación de la directora, de baja por los siglos de los siglos (¡a ver quién era el guapo que volvía a semejante paisaje!).
Decía Ortega, que «Entre ser y creer que ya se es, está la diferencia entre lo trágico y lo cómico». Y era así como funcionábamos en ese departamento, en ese edificio central de la oenegé, cómicamente, pero sobre todo, desperdiciando los recursos de los socios, estafando a los socios y donantes que entregaban sus aportaciones convencidos de una gestión eficaz, eficiente y comprometida. Al frente de mi área, como de casi todos las demás, había un analfabeto de la materia que versaba el área (tampoco sé de qué me sorprendo, a tenor del nuevo gobierno nacional), un señor que no tenía ni idea del marketing y la comunicación, que lejos de dejar hacer a los profesionales, “creía que era”, aunque, en verdad, sólo era el amigo del director general además de prejubilado de banco.
¡Viva la golfería! ¿Desde cuándo los prejubilados cobran sueldos millonarios de una oenegé? Mientras, en las delegaciones provinciales, cientos de prejubilados trabajan honradamente apoyando la causa social y, sobre todo, ahorrando costes mientras los golfos de la central se pulen los recursos a capricho; unas veces por acción y otras por omisión; con decisiones torpes o con la negación o el freno de otras propuestas que nunca toman porque provienen de los profesionales del departamento.
Algunos de ustedes se preguntarán por la figura del presidente, que todavía no he citado, Los presidentes suelen ser hombres o mujeres de paja que ostentan el cargo por proyección social, ajenos a las decisiones respecto a la gestión estructural o coyuntural.
Y entonces me decían: ¿Por qué no pasas? Dentro de nada llegará el verano, y la jornada intensiva, y las vacaciones, y cuando nos queramos dar cuenta, estaremos en septiembre y esta gente habrá cambiado con el nuevo comité. Y entonces yo contestaba: “Porque he venido aquí a trabajar, no a acomodarme en una silla. Porque no he venido a aquí en busca de un trabajo en el que jubilarme, porque he venido con sueldo de becaria mientras observo el despilfarro en los modos, en las formas y en las nóminas (el secreto pero guardado en las organizaciones).
He trabajado en consultoras americanas, las más exigentes, y he aprendido a pensar que desde que uno entra por la puerta hasta que sale, todo el gasto que uno genera aminora el beneficio del proyecto en el que trabaja. En la inmobiliaria, no, claro, pero la oenegé era peor que la inmobiliaria, sobre todo porque el personal acaba contagiándose. Pasando de todo. Las luces siempre encendidas, los ordenadores nunca se apagaban, el despilfarro del papel o constantes las copias a color. Era como si se heredase la tierra cada día. El personal estaba educado en el gasto, en el despilfarro, en la funcionarización de sus puestos y sus objetivos. Del mismo modo, me sorprendía la saturación de algunos departamentos. ¿Cómo una oenegé descentralizada, porque les hablo de la central, imaginen esto multiplicado por casi tantas delegaciones como provincias, puede tener siete personas en su departamento de informática, más de una decena en su departamento contable o seis en marketing? ¡Qué no éramos una multinacional! ¡Ni mucho menos! Gasto, despilfarro y falta de control, esa era la contante diaria. Dinero que se restaba del proyecto. Pero sobre esto dejé de decir, me aburría, porque incluso los consultores de una de las multinacionales en las que trabajé como responsable de marketing (que andaban desde hacía años inventándose un plan estratégico para el director general) dejaban sus portátiles encendidos, al igual que la luz de su despacho desde el viernes a las tres hasta el lunes a las nueve, o los papeles abiertos encima de la mesa, comportamiento nada profesional que en la consultora suponía suspender la evaluación anual.
Decía Aristóteles: «Sin orden, sin método y sin voluntad, no es posible el genio ni el triunfo». No había método, no había orden y no había voluntad. Cada mañana miraba a mi alrededor y pensaba en la estafa, similar a la del “gordo” con los proveedores de la fiesta. La gente que sostiene las oenegés, los socios hacen sus donativos para una causa muy concreta, en la que creen; y sin embargo, ese dinero se utilizaba en su mayor parte para el sostenimiento de la estructura interna de la organización. Ruego a todo el mundo que revise las memorias de actividad de aquellas oenegés con las que deseen colaborar. Se sorprenderá al comprobar cómo más del 80% de los gastos se destinan al sostenimiento de los costes estructurales. De hecho, más del 50% se destina a pagar al personal contratado, que no suele alcanzar siquiera el 5% del total del personal voluntario. Aunque claro, el personal a sueldo le contará que toda esa estructura es necesaria para llevar a cabo la misión, porque ellos afirman rotundamente que todos esos gastos son “La misión”. Y tienen razón, son “Su misión”: mantener sus puestos de trabajo, su statu quo, sus privilegios sociales y económicos; en definitiva, “mantener su chiringuito a salvo”, empresa que llevan a cabo, no valerosamente, como a mí me gustan las empresas, sino con el silencio cómplice de todos sus miembros; por eso, cuando yo dije todo esto, me mandaron a la calle.
Pero no se vayan amigos, aún hay más, aún queda la tercera parte.
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Gracias por tu aportación, me confirma en mi idea ONG = SINVERGUENZAS
ResponderEliminarMuchas gracias, hace falta gente valiente que diga las cosas como son.
ResponderEliminarLa gente que trabaja en una ONG y tiene ese comportamiento son unos ladrones por partida doble.
Como dice A.V. ser honrado no viene a ser los mismo que ser honesto.